Me llamaste para ganarme. El fin de año había sido una ruina, hablando en términos económicos y de exceso, llevaba ya por lo menos dos semanas de fiesta sin parar, whisky y ganja todas las noches, días horribles de intensa sed y la sensación de haber sido apaleado. Por supuesto, la buena comida había acompañado el ride, no faltaba más: largas charlas, música, siempre alguna amistad con algo de mota e igual deseo de Johnny rojo, alguna vieja amiga con ganas de pasar una noche con un malo conocido. Estaba de bruces, sobre unas abundantes nalgas, apenas las dos de la mañana, bien ebrio y bien loco, el celular me sacó de una zona de inconciencia luego del polvo. Contesté, era vos, no podía ser otra.
Un llanto callado, jalada de mocos disimulada. ¡Qué tragedia! Siempre la misma cosa. Sigo la rutina:
—¿Qué pasó, schatzie?—
No hay respuesta. Empiezo a hablar, incómodo, trayendo a mis labios palabras que no pronuncié en meses. Al fin, breve victoria, me hablás dificultosamente, la aflicción se oye seria. Pedís mi presencia de una manera en que no puedo decir que no, qué va, me conocés demasiado bien y ya me tocabas apenas de oído, ahora ya sabiendo toda la partitura. Accedo en monosílabos y termino la llamada. Apuro mi whisky aguado abandonado en el escritorio, me sirvo uno en las rocas que sorbo mientras me alisto, pero antes despierto a la otra, le digo cualquier cosa y nos echamos un polvo rápido. Me mudo con la ropa que apesta a mí, humo y colonia chaparreada a la carrera. Rondo la moto mientras me fumo el puro que me apagará la nervia, todo me suena mal, me doy cuenta de la fecha, me acaban de pagar y ella lo sabe. Me niego a aceptarlo, ni a vos ni tu novio se les ocurriría joderme. ¿Machete o la escuadra? Agarro la escuadra, hoy me puedo jalar cualquier torta que me vale. Monto y vuelo quince minutos sobre la tajada de asfalto que alumbran los focos, recuerdo las que me has hecho y me da cólera. Tengo que parar, orillo junto a un bar, entro. No más licor, pido soda con limón. Hoy ando pero magnético, pronto una señora algo mayor se me acerca y me busca charla, lo siento señora, anhelo un rato a solas; hubiera sido una de ésas noches y la complazco, le juro.
Te llamo para confirmar si todavía vivías en el mismo cuchitril o habías seguido tu tendencia de nomadismo a causa de deudas. Increíblemente, sí. ¿Está tu novio, el que me iba a romper la cara? No, que ya no, que no sé qué. Ah, bueno. Ya caigo.
Camino a la moto, un gato negro pasa corriendo perseguido por una rata. El presagio es confuso y no me arriesgo a interpretarlo, pero ya voy sabiendo que algo va a pasar hoy. La memoria me atropella de información y me quito un peso de encima al pasar a una tienda de conveniencia (para el dueño, loco) a comprar condones. Con vos nunca se sabe, bien puede ser una revolcada mala como una buena. Me veo en el retrovisor, qué estoy haciendo. Otro bar, voy a durar mi rato en llegar, parece. Soda con limón, mi hermanazo. Tengo cara de trastornado, la gente me ve y se da cuenta, ven el reloj, sí, no hay remedio. Dibujo en la servilleta cuchillos y calaveras, como lo hago usualmente. Rashomon, claro: cuando hay duda no hay como una estrategia directa. Monto y apreto el gas, sin casco, que de poco ayuda cuando uno va rápido, a lo mucho atrasa la agonía y la muerte no es algo a lo que se le deba dar largas, deberían oírme cuando lo digo porque yo ya he estado muerto antes. Llego, desmonto y toco. Me abre una sombra que apenas te refiere por lo difusa, mmmmmm, ¿dónde está el perro? Bueno, voy atrás tuyo. Entro a la casa, encienden la luz y veo el cañón de la 38 frente a la cara y apenas me sorprende. Lo empuña tu novio, dominicano alto y grueso, duro como pegarle a una llanta, costó pero pude. Él no podía evitar sonreír. Vos te veía divertida, cómo no ibas a estarlo, uno de tus planes descabellados había surtido efecto, cuaquiera se alegra con un milagro. Me desvalijás sin prisa, me hacés una mala cara irónica al encontrarme el arma. Oh, puta, aún en circunstancias así se me para la verga. Ya lo notaste y no podés evitar reírte. ¡Cómo te hubieras reído con un plomazo en la pata! pienso como si fuera capaz de hacerlo. Con eso contabas y con el hecho de que nunca salgo sin billetera. Ah, el teléfono que acabo de comprar. En fin. La desvalijada termina rápido, tomo asiento y me cubren con cinta y de la gruesa. Me va a tomar un rato.
—¿Siempre tenés la misma clave para todo, verdad? ¡Qué bueno!—
—Pues sí. Te lo digo y no me importa, no me importa esto, ¿vos creés que me duele? Ya sabía que a esto venía y me podés ganar, pero ésa es tu calaña y no podés evitarlo así como yo no puedo evitar el ser tan idiota. Te hubieras dignado a pedirme la plata, que yo te la hubiera dado sólo por magnánimo. Andate y morite, para que le hagás un favor a la humanidad: una chuleadora menos.—
—Sos tan dulce. Vos sabés que esto habla muy bien de vos, como ser humano, de tu lado bonito. No tanto de la inteligencia, pero es lo otro lo que importa. Vos que te burlabas de la Biblia y no te calza mejor eso de que él que incrementa su sabiduría incremente su dolor. Tonto. Dulce pero tonto. Nadie es perfecto, ni siquiera vos, no importa lo que pensés. Bueno, beshito.—
—Si le das un beso a este loser, te pego un tiro.—
—¡Ay, ya, no te pongás de payaso y vamonós!— me besás furtivamente —Ahí te dejo las llaves del cuchitril, ahorita llegan los que viven aquí ahora. Si le ponés, poder jalar y nadie se entera o en el peor de los casos, por lo menos no te quedás amarrado mucho rato. Adiós, amor, piensa en mí alguna vez, que aquí te espera la primavera, lala lalala...—
—La moto, no.—
—Relax, darling, que no soy tan mala. Pero la tomamos prestada para llegar al aeropuerto. Porque me voy de este estercolero, amor. Una playa perdida, buena coca, tragos con sombrillitas, genial. Espero no volverte a ver, sólo quiero saber si me has querido, si me has mentido, si piensas...—
Es más doloroso de lo que me humillo en aceptar. Las tarjetas, la escuadra, la moto que seguro el dominicano me ve a averiar al menos. Lo demás, insignificante, qué me puede importar si ya estoy muerto... ¡vos fuiste la que me mató!
Un llanto callado, jalada de mocos disimulada. ¡Qué tragedia! Siempre la misma cosa. Sigo la rutina:
—¿Qué pasó, schatzie?—
No hay respuesta. Empiezo a hablar, incómodo, trayendo a mis labios palabras que no pronuncié en meses. Al fin, breve victoria, me hablás dificultosamente, la aflicción se oye seria. Pedís mi presencia de una manera en que no puedo decir que no, qué va, me conocés demasiado bien y ya me tocabas apenas de oído, ahora ya sabiendo toda la partitura. Accedo en monosílabos y termino la llamada. Apuro mi whisky aguado abandonado en el escritorio, me sirvo uno en las rocas que sorbo mientras me alisto, pero antes despierto a la otra, le digo cualquier cosa y nos echamos un polvo rápido. Me mudo con la ropa que apesta a mí, humo y colonia chaparreada a la carrera. Rondo la moto mientras me fumo el puro que me apagará la nervia, todo me suena mal, me doy cuenta de la fecha, me acaban de pagar y ella lo sabe. Me niego a aceptarlo, ni a vos ni tu novio se les ocurriría joderme. ¿Machete o la escuadra? Agarro la escuadra, hoy me puedo jalar cualquier torta que me vale. Monto y vuelo quince minutos sobre la tajada de asfalto que alumbran los focos, recuerdo las que me has hecho y me da cólera. Tengo que parar, orillo junto a un bar, entro. No más licor, pido soda con limón. Hoy ando pero magnético, pronto una señora algo mayor se me acerca y me busca charla, lo siento señora, anhelo un rato a solas; hubiera sido una de ésas noches y la complazco, le juro.
Te llamo para confirmar si todavía vivías en el mismo cuchitril o habías seguido tu tendencia de nomadismo a causa de deudas. Increíblemente, sí. ¿Está tu novio, el que me iba a romper la cara? No, que ya no, que no sé qué. Ah, bueno. Ya caigo.
Camino a la moto, un gato negro pasa corriendo perseguido por una rata. El presagio es confuso y no me arriesgo a interpretarlo, pero ya voy sabiendo que algo va a pasar hoy. La memoria me atropella de información y me quito un peso de encima al pasar a una tienda de conveniencia (para el dueño, loco) a comprar condones. Con vos nunca se sabe, bien puede ser una revolcada mala como una buena. Me veo en el retrovisor, qué estoy haciendo. Otro bar, voy a durar mi rato en llegar, parece. Soda con limón, mi hermanazo. Tengo cara de trastornado, la gente me ve y se da cuenta, ven el reloj, sí, no hay remedio. Dibujo en la servilleta cuchillos y calaveras, como lo hago usualmente. Rashomon, claro: cuando hay duda no hay como una estrategia directa. Monto y apreto el gas, sin casco, que de poco ayuda cuando uno va rápido, a lo mucho atrasa la agonía y la muerte no es algo a lo que se le deba dar largas, deberían oírme cuando lo digo porque yo ya he estado muerto antes. Llego, desmonto y toco. Me abre una sombra que apenas te refiere por lo difusa, mmmmmm, ¿dónde está el perro? Bueno, voy atrás tuyo. Entro a la casa, encienden la luz y veo el cañón de la 38 frente a la cara y apenas me sorprende. Lo empuña tu novio, dominicano alto y grueso, duro como pegarle a una llanta, costó pero pude. Él no podía evitar sonreír. Vos te veía divertida, cómo no ibas a estarlo, uno de tus planes descabellados había surtido efecto, cuaquiera se alegra con un milagro. Me desvalijás sin prisa, me hacés una mala cara irónica al encontrarme el arma. Oh, puta, aún en circunstancias así se me para la verga. Ya lo notaste y no podés evitar reírte. ¡Cómo te hubieras reído con un plomazo en la pata! pienso como si fuera capaz de hacerlo. Con eso contabas y con el hecho de que nunca salgo sin billetera. Ah, el teléfono que acabo de comprar. En fin. La desvalijada termina rápido, tomo asiento y me cubren con cinta y de la gruesa. Me va a tomar un rato.
—¿Siempre tenés la misma clave para todo, verdad? ¡Qué bueno!—
—Pues sí. Te lo digo y no me importa, no me importa esto, ¿vos creés que me duele? Ya sabía que a esto venía y me podés ganar, pero ésa es tu calaña y no podés evitarlo así como yo no puedo evitar el ser tan idiota. Te hubieras dignado a pedirme la plata, que yo te la hubiera dado sólo por magnánimo. Andate y morite, para que le hagás un favor a la humanidad: una chuleadora menos.—
—Sos tan dulce. Vos sabés que esto habla muy bien de vos, como ser humano, de tu lado bonito. No tanto de la inteligencia, pero es lo otro lo que importa. Vos que te burlabas de la Biblia y no te calza mejor eso de que él que incrementa su sabiduría incremente su dolor. Tonto. Dulce pero tonto. Nadie es perfecto, ni siquiera vos, no importa lo que pensés. Bueno, beshito.—
—Si le das un beso a este loser, te pego un tiro.—
—¡Ay, ya, no te pongás de payaso y vamonós!— me besás furtivamente —Ahí te dejo las llaves del cuchitril, ahorita llegan los que viven aquí ahora. Si le ponés, poder jalar y nadie se entera o en el peor de los casos, por lo menos no te quedás amarrado mucho rato. Adiós, amor, piensa en mí alguna vez, que aquí te espera la primavera, lala lalala...—
—La moto, no.—
—Relax, darling, que no soy tan mala. Pero la tomamos prestada para llegar al aeropuerto. Porque me voy de este estercolero, amor. Una playa perdida, buena coca, tragos con sombrillitas, genial. Espero no volverte a ver, sólo quiero saber si me has querido, si me has mentido, si piensas...—
Es más doloroso de lo que me humillo en aceptar. Las tarjetas, la escuadra, la moto que seguro el dominicano me ve a averiar al menos. Lo demás, insignificante, qué me puede importar si ya estoy muerto... ¡vos fuiste la que me mató!